Nueva Acrópolis

El susurro de un sueño. Dormir, dormir, dormir, dulcemente, fue la medicina, quizás, de aquellos que se acercaban a la Villa Romana de Almedinilla. No se sabe si esta villa era la de un romano cultor del viejo dios Hipnos, una villa donde todas las imágenes sugieren la indefinición y el descanso de los sueños. O por el contrario se trataba de un santuario y centro de salud, un lugar donde las almas apesadumbradas por el dolor -que es condición de la existencia- pudieran reestablecer el equilibrio y de nuevo sentir en sí las corrientes de alegría, que también son la esencia e interna palpitación de la vida. Y todos sabemos que el sueño es la medicina de choque más eficaz para ello. Primero descansar y luego averiguar las causas del problema y tratar de encontrar soluciones rotundas o que salven el momento.

Y en este extraño escenario que es esta villa romana, hay una estatua de bronce que formó parte de un cortejo del dios Baco. Estatua que los especialistas llaman Hermafrodita Callipygos. Y es que es un Hermafrodita y asombra el conocimiento anatómico y la perspicacia psicológica de los artistas romanos que supieron crear una imagen que al mirarla desde distintos ángulos da el gesto y perfil de hombre y mujer alternativamente. Como un diamante que al moverlo al sol, ofrece irisaciones de distintos colores, al mirar al Hermafrodita de Almedinilla surgen el vigor masculino y la gracia femenina. Al parecer no existe un ángulo donde se fundan estas dos imágenes, sino que siempre una y otra alternan su brillo.

Este joven es un efebo de cabellos ceñidos, de cinta, mitra báquica y corona de pámpanos que evoca a su Dios Baco. Este joven de nariz recta, labios pequeños y carnosos, ojos almendrados, que al danzar hace girar su cuerpo con tal gracia, es sin duda una acertada síntesis de lo masculino y lo femenino.

El profesor Desiderio Vaquerizo señala a este Hermafrodita cuando dice: “clases educadas cuyos más conspicuos representantes encontrarían en la observación de esta doble naturaleza un importante tema de reflexión y de meditación filosófica”, y lo relaciona con Atis danzante. Encuentra evocaciones filosóficas -las tiene, sin duda- en este, esta joven, que en la imagen de la estatuilla yergue su falo,emocionado como hombre al contemplar su dorso y nalgas femeninas. Y es que si Apolo es el Dios andrógino que trascendidos los sexos gobierna su coro de musas, al son de su lira de siete cuerdas, símbolo de la armonía universal, él mismo “sin polos”; Dionisos, su gemelo nocturno amalgama en danza y frenesí el brío de lo viril y la dulzura y encanto de la mujer. Los sátiros de su cortejo hacen sus cabriolas en un baile que acompaña con tirsos y flautas. Las ménades sueltan sus cabellos y arrebatadas por la embriaguez de su Dios giran y danzan, gimen y ríen, extáticas en delirios sin fin. Y es aquí, tantas veces representados en la antigüedad griega y romana, especialmente en el llamado tardohelenismo del siglo I y II d.C., que los Hermafroditas de su séquito giran cabezas, torso y caderas en una espiral que se busca y se encuentra a sí misma.

Y es que éste es el más profundo de los significados de este símbolo. El sexo y las fuerzas que en la naturaleza, polarizada se buscan, se hallan y abrazan dicen de aquello que áun busca fuera de sí lo que en sí no halla. El Hermafrodita representa a quien jamás amó, sino a su sombra y a quien su pereza adormeció y tornó inmóvil como planta. Éste es el mito de Adonis.

Y también -y este es el caso del cortejo de Baco- a quien ya se halló a sí mismo y nada necesita fuera de sí; pero como aún el hallazgo no es conquista gira y gira en espiral buscándose, hallándose y perdiéndose; y haciéndose puro y perfecto en esta danza, que como la del fuego eleva y consume al danzante. Aquel que se hiere a sí mismo con las flechas de amor, y no podemos decir ya amor, sino frenesí y entusiasmo. La Naturaleza se persigue a sí misma y se halla en el hombre. Dionisos sonríe, estaba esperando. Mientras, el Hermafrodita sigue danzando.

José Carlos Fernández