La figura de Buda es la de un fundador religioso, pero la religión que él fundó se diferencia de otras religiones porque su acercamiento a Dios está basado en el hombre mismo, en el conocimiento de su propio ser, en el dominio de su voluntad y en la unión con los demás hombres.

El conocimiento de sí mismo es la actitud filosófica por excelencia, así como la idea budista de no hacer nada que no haya pasado antes por la mente y se haya sentido en el corazón.

En cuanto al dominio de la voluntad entronca directamente con la idea del desapego. Aquel que no se  siente esclavo de sus defectos, de sus intereses, de la opinión de los demás, de la ambición de poder, del dinero, de la posición social…, y un largo etc., ejercita la voluntad.

Una voluntad dominada hace al hombre libre porque la mayor esclavitud es ser esclavo de uno mismo. La guerra interior se ha representado, en la mitología como característica del dios Ares, de Marte, de Mitra y otros dioses de la guerra, que representan, más que la guerra exterior, esa guerra que se sostiene contra uno mismo cuando se es consciente del deber y no se posee una voluntad fuerte para plasmar las propias convicciones.

Buda renunció al gobierno de su país, a todo el poder, riquezas y demás características que le correspondían como rey y a cambio se convirtió es un instructor de hombres pasando por ascetismos sin cuento que le llevaron a comprender la doctrina del justo medio, idea filosófica donde las haya.

Filósofo es el buscador de la sabiduría, aquel que ama el conocimiento, el que desea saber el por qué de lo que sucede y de lo que es.

Buda es el eterno buscador. Él se pregunta la causa del dolor y la encuentra en el apego que se deriva de tomar por real, por importante, todo el mundo exterior. Ese mundo que está destinado a perecer, si no antes, con la muerte.

La siguiente búsqueda es cómo cesa ese dolor y la respuesta está implícita en la propia pregunta de su causa. Es aprender qué es lo real, qué es lo importante, aquello que nada ni nadie nos puede arrebatar, ni siquiera con la muerte, aquello que corresponde al mundo interno, al mundo de las esencias, al mundo espiritual.

Buda enseñó la liberación del recuerdo, pues dijo, que aún el recuerdo del goce nos ata, como contraparte del dolor, pues no se concibe el uno sin el otro, como la oscuridad y la luz. El goce, en el momento de poseerlo, nos hace temer su pérdida, y ya pasado, nos hace añorarlo y anhelar dolorosamente su retorno. La única forma de liberar al hombre del dolor es liberarlo a la vez del goce, o sea hacer entrar su conciencia en una dimensión nueva que esté más allá de las cosas plurales y cambiantes de la vida biológica. A este estado lo llamó Nirvana, que literalmente significa “fuera del bosque”.

Su recomendación, para conseguir todo esto, es el “Noble Óctuple Sendero”, compuesto de: rectas opiniones, rectas intenciones, rectas palabras, recta conducta, rectos medios de vida, recto esfuerzo, recta atención y recta concentración. El ser que consigue todo esto está liberado de toda esclavitud interna o externa.

Pero Buda, según la propia tradición budista, libre de todo egoísmo y en el máximo grado de desapego y amor por la humanidad renuncia al Nirvana, a ese estado de bienaventuranza y sigue velando por el destino de los hombres hasta que el último de ellos llegue donde él llegó. Cuenta la tradición que la naturaleza entera se conmovió ante tal grado de generosidad.

Así Buda ha sido un gran filósofo, ha enseñado la liberación del Yo-recuerdo, la Libertad Real, que es dejar atrás lo superado, autorrealizarse y ser fieles a la propia naturaleza pura y esencial.

Aquel que busca y ama la sabiduría  y la verdad, necesariamente se da cuenta de que es un punto pequeño en el universo y una parte pequeña de la humanidad. Y de que toda la maravilla de la creación procede de una causa. Entonces se convierte en un buscador, el eterno filosofo, para el que la doctrina de Buda es una luz en el camino.

Mª Angeles Castro