la invasión de la economíaAutor: Antonio Jurado

«En el sur se muere por falta de medios, en el norte se muere por falta de fines. La prosperidad material del Occidente desarrollado apenas puede disimular una cruel mutilación del alma de los hombres: la carencia de sentido.»  Roger Garaudy

¿Qué es la economía? Si abrimos cualquier manual de economía éste nos señalará algo así como que la economía es la ciencia que estudia la manera de satisfacer necesidades humanas a través del empleo de recursos escasos que son susceptibles de usos alternativos. La economía aborda la situación del hombre sometido a la finitud del mundo. El hombre tiene una serie de necesidades: comida, vestido, vivienda, etc., que necesitan ser satisfechas mediante unos recursos que se caracterizan por su escasez en la naturaleza. Si cada vez que el hombre sintiera una necesidad ésta se satisficiera con un simple chasqueo de los dedos y no requiriese un esfuerzo, la economía no existiría.

La economía como faceta de la realidad es tan antigua como el hombre, pues desde la aparición del hombre sobre la tierra este tuvo que resolver sus problemas referentes a la existencia material: resguardarse del frío, cazar animales o recoger frutos para alimentarse, construir herramientas, etc. En este sentido la economía es una dimensión consustancial al ser humano que se echa de ver en aquel famoso pasaje del  Génesis: “(…) maldita sea la tierra por tu culpa. Con trabajo sacarás de ella tu alimento todo el tiempo de tu vida. (…) Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste sacado;(…)”.

No obstante, la economía como ciencia y como objeto explícito de los intereses humanos no es tan antigua, pues apenas tiene dos siglos de existencia. Se suele considerar que la economía nace como ciencia a finales del S. XVIII con la obra La riqueza de las naciones de Adam Smith, el cual propugnaba una nueva forma de organizar la actividad económica consistente en que los intercambios económicos se realizaran libremente, sin la intervención del Estado en la economía salvo en lo que fuese indispensable. Smith estableció el principio de la mano invisible, según el cual al buscar los individuos satisfacer sus propios intereses individuales éstos son conducidos por una mano invisible que les conduce indirectamente a alcanzar el bien de toda la comunidad. Por ello, cualquier interferencia en la competencia entre los individuos por parte del Estado será considerada como algo perjudicial. Lo ideal es que sean las fuerzas de la oferta y la demanda las que determinen la actividad económica. Es Adam Smith, padre del liberalismo económico, el que establece las líneas maestras de toda la economía moderna.

La invasión de la economíaLa palabra economía proviene del griego oikonomia y hace referencia al arte de administrar la casa (oikos= casa + nomos= administrador). En la antigua Grecia, su objeto era el estudio de los problemas de la vida cotidiana, como la división del trabajo, la producción, el cambio, la moneda, los precios o el interés, y todo ello orientado principalmente a la formulación de preceptos morales y reglas prácticas de conducta. La economía estuvo sometida durante siglos a la moral, a las regulaciones de la filosofía o la religión. De este modo, la Iglesia prohibía la usura así como la fijación de precios abusivos por parte de los comerciantes.  La economía no era una de las preocupaciones fundamentales de los hombres, sino un aspecto aledaño de la existencia, algo que no había más necesidad que atender pero que tampoco merecía una especial atención.
Luego hubo un cambio de enfoque, especialmente tras el ya mencionado A. Smith. Este cambio consistió básicamente en la sustitución de las antiguas reglas morales por la creencia en las virtudes del mercado. Dice Naredo a este respecto: “la antigua moral que entorpecía el deseo de hacer ganancias ilimitadas dio paso a la nueva ciencia que las justificaba como el camino idóneo de acceder al bien común”. Tras Smith fueron llegando otros autores que fueron profundizando y haciendo sus aportaciones a la nueva ciencia. La Revolución Industrial comenzada en Inglaterra se fue extendiendo a otros países. Luego llegó la Segunda Revolución Industrial, llegaron nuevas teorías económicas, llegó el perfeccionamiento del método científico aplicado a la economía, llegaron los avances productivos, las migraciones de personas, las tecnologías inimaginables que permitían hacer cosas nunca antes soñadas y… así llegamos a nuestros días, en los cuales la economía ocupa un lugar tan preeminente en la vida humana que bien podríamos decir que… ¡la economía se ha tragado al hombre!

Si el problema económico durante buena parte de la historia humana fue la carestía, la lucha contra la escasez, hoy el problema se ha invertido, pues el hombre produce tanto que el problema es precisamente dar salida a todo lo que se produce, para lo cual se han de crear continuamente nuevas necesidades artificiales que estimulen el consumo. En un mundo en que se produce lo suficiente como para que a ningún ser humano le falte lo básico se da la gran paradoja de que lo que falla es justamente el reparto de esa producción; asistimos a la ironía del desequilibrio entre la gran capacidad de producir y la nula capacidad para repartir.

Parecen éstas dos cuestiones que fueran las dos caras de una misma moneda, parece como si a mayor capacidad de producción le fuese unida una mayor incapacidad en la distribución. Podemos apuntar una hipótesis explicativa sobre este hecho: mientras el producir depende de una cuestión de eficiencia,  se trata de una cuestión técnica, científica, evidente, por así decir; el reparto es una cuestión ética, en la cual no existen criterios científicos que aseguren una solución universal y evidente para todos. Así, por ejemplo, para todo el mundo será evidente que un telar mecánico es más productivo que el trabajo que produce un hombre o una mujer a mano, del mismo modo que nadie dudará de la rapidez y ventajas que aporta un ordenador en la administración frente a una llevanza manual de datos. Sin embargo, que un pueblo viva envuelto en la más absoluta miseria es algo que, a pesar de su evidencia, no llama la atención de un hombre que ha centrado su atención en un progreso exclusivamente técnico-científico.
La economía se encarga de sacar el máximo partido a los recursos materiales, de ahí que los criterios que la rigen sean la eficiencia, la productividad o la utilidad; en general, podemos decir que lo que predomina en la economía es una racionalidad instrumental. La economía se encarga del ámbito práctico de la vida. Estos criterios que rigen en la economía son fácilmente asumibles por el método científico; son los criterios que rigen la relación del hombre con las cosas. En cambio, en la relación del hombre con el hombre rigen otra serie de valores: la igualdad, la justicia, el respeto por la dignidad del ser humano, la verdad, etc., valores éstos en los que preside una racionalidad distinta a la instrumental; en ellos  rige una racionalidad humana por así decir. Estos valores no rigen cosas, rigen al ser humano.

No debería haber conflicto entre los criterios económicos y los valores humanos, pues a cada cual le es propio un ámbito y en tanto que el hombre es un ser superior en dignidad a las cosas, los valores humanos son superiores y deben estar por encima de los criterios económicos. Pero, y con esto entramos en el tema central de esta reflexión, lo que  está ocurriendo es precisamente que los criterios económicos están imponiéndose sobre los valores propiamente humanos. Los criterios que rigen la relación hombre-materia se aplican a la relación hombre-hombre. Y esto evidentemente genera graves repercusiones para la vida humana.

Podemos decir que el sistema económico que ha generado el hombre ha adquirido vida propia y ha sometido al hombre, que ha perdido el control sobre él. La cuestión económica se ha convertido en la cuestión vital. El sistema económico desea crecer, no se basa en la estabilidad, sino en el crecimiento indefinido, en la progresión continua, crecimiento que consiste en producir, cada vez más y cada vez más rápido, no importa qué: útil, inútil, incluso nocivo o mortal. A este respecto dice Michel Albert: “El imperativo categórico es evacuar la cuestión filosófica de la finalidad.”

La vida ha adquirido un carácter puramente instrumental. El hombre es una pieza, es un factor de producción. El hombre ha quedado subsumido en su rol de productor, así como en el rol complementario a éste, el de consumidor. Evidentemente siempre existió en el hombre el rol de productor o el de consumidor, pero nunca estos roles gozaron de una entidad tal como ahora, hipertrofiada. Así, en la literatura económica se habla de capital humano, de recursos humanos o hay títulos de libros tan sugerentes como Gestión integral de personas. Los seres humanos se gestionan como pueda gestionarse el dinero, el capital o las materias primas.

El mercado de trabajo solicita piezas humanas capaces de adaptarse a cualquier circunstancia y de obedecer cualesquiera mandatos sin ponerlos en duda, en definitiva reclama personas que sean capaces de pensar instrumentalmente (que sepan hacer cálculos, gestionar y encajar con otras piezas humanas, que dominen las herramientas del trabajo, que ofrezcan una imagen adecuada…), sofisticadas marionetas modernas que encajen en la gran fábrica de la economía; pero rechaza a las que pongan en duda la naturaleza del propio sistema en sí, rechaza a los que ejerciten el pensamiento crítico, pues éstos sólo constituyen piezas defectuosas que deben ser sustituidas. Lo importante es que la gran maquinaria no pare. Así, tras la aparente pluralidad y diversidad de los caracteres humanos lo que en buena medida se esconde es la uniformización del ser humano; lo que se esconde bajo las apariencias es un hombre unidimensional, el homus economicus. La parte tiraniza al todo. Surge así un hombre oportunista que nunca valora la calidad moral de una situación, sino que simplemente se adapta a ella, se integra a lo que sea movido  únicamente por la utilidad que ello pueda reportarle.

¿Qué cohesiona realmente la sociedad hoy? ¿Controla el hombre el mundo en el que habita o ha ido perdiendo progresivamente y sin percatarse de ello el control? Curiosamente en la literatura económica se habla mucho de futuro inestable, de entorno turbulento, de incertidumbre,… Si en otro tiempo gobernaban la sociedad las ideas religiosas, políticas o filosóficas hoy son las fuerzas de la economía las que actúan como fuerzas cohesionantes  de la sociedad. Así por ejemplo, cuando se patrocina un evento cultural lo que realmente se persigue es atraer turismo, generar empleo, ganar en imagen,… lo de menos es la cultura, la cultura es simplemente la excusa para lo otro, es el fin secundario. Así se expande el carácter instrumental de la vida, se logra turismo y empleo, pero también se desvaloriza la cultura y con ello lo propiamente humano, pues lo que está en el corazón, lo que articula desde el fondo la acción es lo económico.
Así, dirá Milton Friedman, economista norteamericano continuador de las tesis de Smith en el SigloXX: “Los precios que emergen de las transacciones voluntarias, o sea, en el libre mercado,  son capaces de coordinar la actividad de millones de personas, cada una de las cuales sólo conoce su propio interés, de forma tal que hace mejorar la situación de todos. El sistema de los precios cumple esta tarea sin necesidad de dirección central alguna, sin que sea necesario que las gentes se hablen ni que se amen. El orden económico es una emergencia, es la consecuencia no intencional e involuntaria de las acciones de un gran número de personas movidas exclusivamente por su propio interés. El sistema de precios funciona tan bien y tan eficazmente que la mayor parte del tiempo no somos conscientes de que funciona.”

Y Hayek, uno de sus maestros,  añade: “En una sociedad compleja el hombre no tiene otra elección que adaptarse por sí mismo a las fuerzas ciegas del proceso social.”
Desde que el ser humano es una cosa  es susceptible de convertirse en objeto de comercio. De este modo, la prostitución no ha hecho sino crecer en todo el mundo en las últimas décadas, habiendo países que constituyen auténticos burdeles. El negocio de la pornografía también prospera así como los medios para que los más jóvenes tengan fácil el acceso a ella. El comercio de órganos humanos no es algo insólito. Hay países en los que se puede comprar seres humanos y hacer con ellos lo que se quiera. En las sociedades desarrolladas los jóvenes consumen drogas a edades cada vez más tempranas y crecen más envilecidos cada día que pasa gracias al mundo feliz que ha sido instaurado para ellos. En definitiva, la degradación humana, moral y material, es algo que está a la orden del día.

Debajo de todo esto está el carácter práctico de la vida, la noción de que nada vale la vida humana, el pensamiento de que el hombre al fin y al cabo no es sino un animal más. Esto conduce al más puro nihilismo. Y si todo esto ocurre en el mundo de los hechos es porque antes se ha pensado, porque unas ideas lo han precedido y en cierto modo lo han legitimado. Las ideas, los valores, aunque parezca mentira, existen. Habitan en el núcleo de lo humano y, cuando ellas fallan, falla todo lo demás. Ese carácter pragmático de la vida acaba por tener consecuencias fatales.  Las ideas han sido prostituidas, relativizadas, convertidas en propaganda; la filosofía tomada como algo irreal, como algo que no produce cosas, que no tiene nada que aportar, como algo de perdedores, de personas enajenadas de la realidad; o bien como algo exótico, como algo curioso, como un divertimento pasajero. Evidentemente, la visión económica del mundo ha de demoler todo pensamiento anterior a ella.

La invasión de la economíaDice Ortega y Gasset: “¿Por ventura no son actuales las ideas? Actual no es lo que ahora, en este instante acaece, sino lo que actúa, lo que influye en los hombres y en las formas de su trato y sociedad. El hombre de negocios, que se llama a sí mismo con vanagloria positivista, es decir, libre de preocupaciones ilusorias, atenido  a la realidad, olvida que sus negocios flotan sobre los supuestos de la organización económica actual, la cual es como una isla flotante sobre el régimen jurídico actual, que a su vez está mantenido y sustentado por las ideas actuales de justicia y de bondad. De suerte que estas sutiles materias de las ideas que parecen vanos fantasmas a aquel hombre son, en verdad, quienes sobre sus angélicas espaldas sostienen el minúsculo edificio concreto de sus negocios mercantiles y de sus placeres corporales.

En realidad no es que hayan desaparecido las ideas, sino que lo que lo que lo que se ha impuesto es una gran idea: la idea de que las ideas no sirven para nada, la idea de que no hay ética, de que no hay sentido. Cuando desaparece el sentido, cuando no hay horizontes ni reglas, cuando todo vale, entonces se entiende la vida de una forma instrumental. Sin embargo, el hombre es por naturaleza, con independencia de religiones o credos concretos, un ser que necesita de la ética para vivir.

El nihilismo también se manifiesta como indiferencia hacia la realidad, como indolencia hacia los problemas que desgarran hoy al ser humano. Los medios de comunicación se imponen criterios puramente económicos de audiencia en los que se alimenta el morbo, las bajas pasiones humanas. Los informativos se asemejan a una película de acción en la que primero se sirven las desgracias diarias de actualidad, para luego pasar a los deportes y a las noticias simpáticas que dejan buen sabor de boca y la sensación de que, después de todo, las cosas no van tan mal. Es así como los medios contribuyen en gran medida a generar una gran pantalla de indiferencia hacia la realidad, anestesiando la sensibilidad del hombre moderno. Vivir hoy como si nada pasase en el mundo requiere una buena dosis de anestesia de lo humano.

El sistema genera polarización a todos los niveles. En el mundo unos cuantos países acaparan la mayor parte de la riqueza mundial mientras la gran mayoría de la población de hunde en la miseria. Dentro de cada país a su vez, sea de un país rico o pobre, la tendencia es a que unos acaparen la mayoría de los medios y la gran mayoría resulte cada vez más empobrecida. Dentro a su vez de una empresa, la gran cúpula absorbe los medios económicos y políticos mientras abajo otros trabajan cada vez más horas por salarios reales cada vez más bajos.

Ocurre que las circunstancias que actúan como desencadenantes del “progreso” en los países ricos son las que provocan el estancamiento de otras naciones que resultan empobrecidas. El proteccionismo agrícola de los países ricos ha desmantelado la agricultura tradicional de los pobres. El tejido industrial de los países del sur se ha creado a través de un fuerte endeudamiento y al servicio de las grandes empresas multinacionales que expolian los recursos de los países pobres y se apropian de los beneficios que allí obtienen. Se mantienen clases privilegiadas y adineradas fieles a los intereses económicos extranjeros que provocan la evasión de capitales así como el ahogo de las iniciativas de independencia económica real de estas naciones. Los flujos financieros especulativos se elevan a una media de un billón de dólares por día, es decir, cuarenta veces el montante de los flujos correspondientes a liquidaciones comerciales. Esto significa que se gana cuarenta veces más especulando que produciendo o prestando servicios reales. El darwinismo zoológico se traduce en el hombre en darwinismo económico.

El ser humano ha quedado convertido en su currículum profesional, en un conjunto de competencias y habilidades ordenadas a la producción.  Mientras mayores son los inventos que eliminan los obstáculos físicos a la comunicación más  dificultada queda la verdadera comunicación de lo humano, mayor se hace la cápsula que aísla al hombre de los otros hombres. El absurdo se expresa en que el teléfono móvil se convierte en la expresión social del ser humano. En la teoría de las universidades se enseña que el consumidor actúa de forma puramente racional, que el consumidor es el soberano del sistema y el gran beneficiario del mismo; en la realidad, las grandes compañías dedican actualmente grandes cantidades de dinero a manipular los gustos y las preferencias de los consumidores mediante campañas publicitarias, el diseño de los envases y el color y la forma de los productos. Se necesita un hombre dúctil al que se le pueda vender de todo imponiéndole una filosofía de vida acelerada y absurda. Se propugna que la competencia económica mejora la vida del hombre, pero, más que eso, lo que en realidad hace es desesperar al hombre, someterlo a una continua incertidumbre hacia el futuro. ¿Qué pasará mañana?

Finalizamos de nuevo con Roger Garaudy:
«Estamos en vías de vivir una verdadera guerra de religión. No entre los cristianos y los musulmanes, ni entre los creyentes y los no-creyentes, sino entre todos los hombres de fe, es decir, aquellos que creen que la vida tiene un sentido y que ellos son responsables de descubrirlo y realizarlo, y esta otra religión sórdida, el monoteísmo del mercado, que priva de sentido a toda vida y que nos conduce, quebrando el mundo, hacia un suicidio planetario.»