A los que siempre nos ha gustado caminar por la sierra de Córdoba, recorrer sus viejos senderos, no hay mayor placer que descubrir un nuevo paisaje a la vuelta del camino, una nueva vista que contribuya a realzar el maravillo entorno natural que rodea nuestra ciudad. Un tanto igual sucede cuando, leyendo aquí y allá, descubres a un personaje, de origen cordobés, como no, que aparece a la vuelta de un recodo de la Historia.
Fernando de Córdoba, como dice Miguel Saralegui (1), «es uno de los grandes pensadores españoles del siglo XV. Lamentablemente su figura no ha alcanzado la atención debida entre los estudiosos dedicados al pensamiento español… Los méritos de su pensamiento -ya sólo la participación en la polémica entre Platón y Aristóteles a favor del primero con su Laudibus Platonis- exigen que este vacío de bibliografía primaria sea remediado».
Queda claro que estamos ante uno de nuestros desconocidos, o por lo menos ante uno de los cordobeses ilustres que no ha sido suficientemente investigado y destacado. ¿Quien era Fernando de Córdoba? La obra más extensa sobre él nos llega a través del discurso «Fernando de Córdoba (¿1425-1486?) y los orígenes del renacimiento filosófico en España» (1911), pronunciado por Adolfo Bonilla y San Martín en su recepción en la Real Academia de la Historia en Madrid.
Dice Adolfo Bonilla que no conoceríamos ningún detalle de la vida de Fernando de Córdoba si no fuera por tres eruditos franceses, MM. Julien Havet, A. Morel-Fatio y R. Poupardin, que llamaron la atención sobre el paso de nuestro personaje por París. Supone Alfonso Bonilla que su apellido se refería al lugar donde nació, como se deduce del comentario de Lorenzo Valla, al declararle «conterraneus convisque» de los Sénecas y Lucanos; y el mismo Fernando, al calificar a Séneca de «noster Cordubensis» en el tratado De laudibus Platonis.
En base a este estudio y otros, Fernando de Córdoba comenzó sus estudios en nuestra ciudad, trasladándose posteriormente a la Universidad de Salamanca. Fue maestro en Artes, Teología y Medicina, doctor en Derecho Civil y Canónico, destacó en Derecho, Filosofía, Música y Latinidad, dominando varias lenguas clásicas y orientales como el griego, latín, arameo, caldeo, árabe, etc.
En 1443 formó parte de la embajada que Juan II de Castilla envió a la corte de Alfonso V de Aragón, en Nápoles. Allí nuestro personaje fue acogido bajo la tutela del humanista Lorenzo Valla, secretario del rey, que lo introdujo en la corte y el ambiente cultural de la época. Destaca por su prodigiosa memoria. En 1444 marchó a la Universidad de París, con solo diecinueve años de edad, donde polemizó con los académicos de la época. Según Juan de Trithemio “sabía de memoria toda la Biblia; los escritos de Alberto Magno, santo Tomás, Alejandro de Hales, Escoto y San Buenaventura; los libros de ambos Derechos, y las obras de Avicena, Galeno, Hipócrates, Aristóteles, y muchos comentadores y expositores”.
Todo este saber causó asombro, hasta el punto que fue acusado de hechicería y de ser el mismo Anticristo, pues poseía tal conocimiento que dejaba en evidencia a los doctores de la Iglesia. Fernando de Córdoba fue absuelto de esas acusaciones por falta de pruebas y viajó a la Universidad de Gante (Bélgica) y posteriormente a la Universidad de Colonia (Alemania), donde nuevamente fue acusado de herejía.
En 1446 se encontraba en Génova (Italia), donde el cardenal Bessarión lo designó como miembro de pleno derecho de la Academia Platónica de Florencia. Fue nombrado subdiácono del Papa y auditor de Roma, siendo muy estimado por Sixto IV y Alejandro VI. Falleció en Roma en 1486 y fue enterrado en la iglesia de Santiago de los Españoles.
Su extensa obra, escrita en latín, aún no ha sido traducida al español: De laudibus Platonis, De duabus Philosophis, Praestantia Platonis supra Aristotelem y Comentarios sobre el Almagesto de Ptolomeo, entre otros, nos habla de su participación en los debates filosóficos de la época, Platón versus Aristóteles, que Fernando decía no eran antítesis sino dos visiones complementarias de lo dicho por Sócrates. Ante al altísimo nivel cultural y filosófico de Fernando de Córdoba, cabe preguntarse si fue un caso aislado, una personalidad excepcional, o hubo otros como él que han pasado desapercibidos para la Historia. Al igual que Séneca encontró un magma cultural en su Corduba natal que facilitó el desarrollo de su esplendida figura, algo así debió encontrar Fernando en la Córdoba de su tiempo, ya que para conocer de memoria tal cantidad de textos y autores clásicos debió tener acceso a ellos, a bibliotecas y maestros locales que lo encaminaron y desarrollaron todo el potencial que luego mostró.
Un apunte sobre este particular lo podemos encontrar en el trabajo de M.C. Quintanilla, «La biblioteca del marqués de Priego (1518)» (2), donde citando a Maxime Chevalier dice que «los inventarios de bibliotecas particulares son documentos imprescindibles y documentos privilegiados para edificar una historia de la lectura y de la cultura». En concreto, la biblioteca privada de Don Pedro Fernández de Córdoba, contenía 309 volúmenes, entre los que abundaban «las obras de Cicerón, Ovidio, Terencio, Marcial, Juvenal, Séneca, Plinio, Estancio, Salustio, Columela, Pomponio Mela, Quintiliano, Catulo, Tibulo, Propercio, Lucano, Macrobio, Floro, Frontino, Justino, Tito Livio, Virgilio y Aulo Floro», y también las obras de autores griegos como Aristóteles, Platón, Teofrasto, Tolomeo, Plutarco, Herodoto y Jenofonte, además de obras contemporáneas como las del florentino Marcilio Ficino, de Lorenzo Valla o de Giovanni Boccaccio. Es decir, una de las fuentes documentales a la que pudo acceder Fernando de Córdoba en su ciudad natal y que luego, unido a su excepcional capacidad personal, le hizo dejar una huella en la Historia.
José Morales
(1) Saralegui, M. (2015). Del romanticismo erudito al juicio científico: balance bibliográfico de los estudios sobre Fernando de Córdoba. Anales Del Seminario De Historia De La Filosofía, 32(1), 93- 125. https://doi.org/10.5209/rev_ASHF.2015.v32.n1.48681
(2) Quintanilla Raso, M. de la C. (1980). La biblioteca del marqués de Priego (1518). En La España Medieval, 1, 347. Recuperado a partir de https://revistas.ucm.es/index.php/ELEM/article/view/ELEM8080110347A