ibnshaprut02Los judíos españoles destacaron de forma sobresaliente en todos los campos del saber. Astrónomos, médicos, poetas, filósofos, políticos y administradores. En todos estos campos participaron activamente y ayudaron a conformar la sociedad española de la época. Ciudades como Toledo, Córdoba, Gerona, Sevilla, entre otras, pueden enorgullecerse de sus comunidades judías que proporcionaron hombres de la talla de Moisés ben Maimón, más conocido como Maimónides, Ibn Gabirol, Benjamín de Tudela, Abraham Zacuto y Hasday ibn Shaprut.

Fue durante el siglo X cuando las comunidades judías alcanzan su máximo encumbramiento bajo el reinado de Abderramán III, al Nasir. Y ello gracias a un hombre al que sus conocimientos, prudencia y recto proceder le hacen acreedor del respeto y la confianza del califa: Hasday ibn Shaprut.

Nacido en Jaén en el 915 desde la infancia había mostrado una especial disposición para la ciencia, especialmente la Medicina y la Botánica. Resultaba asombroso su conocimiento de saberes antiguos de sanación ligados a la tierra, a las estaciones del año, al tipo de alimentos, a las horas del día y, fundamentalmente, a la voluntad de cura del enfermo, sabiendo combinar estos elementos de forma adecuada. Dominaba el hebreo, el árabe y el latín, lo que le hacía un personaje idóneo para las relaciones con las distintas comunidades peninsulares. Pero sobre todo destacaban como cualidades más admirables su amabilidad, gentileza de trato, su prudencia y la capacidad de saberse atraer la confianza de los que entraban en relación con él.

Hacia el año 940 el califa al Nasir le nombró médico personal, colocando al resto de médicos de la corte por debajo de él. Hubo protestas por parte de jueces muy estrictos ante este nombramiento. Abderramán III, hizo caso omiso de estas quejas. Para él la sabiduría de las personas era su principal rasgo distintivo y no la religión que profesaran.

Destacó también en política exterior. En el mismo año 940 preparó un tratado de paz que se firmó entre el conde de Barcelona, Sunyer, y el califa Abderramán III, replanteando las relaciones comerciales entre Al-Andalus y el Mediterráneo noroccidental. Asimismo firmó un tratado entre Córdoba y Constantinopla que tuvo como consecuencia principal la llegada a la capital del califato de una embajada del emperador bizantino Constantino VII. Numerosos regalos envió el emperador al califa y entre ellos un valioso ejemplar de la Materia Médica de Dioscórides que Hasday se encargó de traducir al árabe, dando así a conocer este importante tratado al mundo musulmán, que sirvió de base para la farmacopea posterior.

En el 956 se recibió una embajada del emperador germano Otón I, encabezada por el monje Juan de Gorze. Este monje hizo amistad con Hasday al que calificó como uno de los hombres más sabios, prudentes e influyentes que había conocido. Se admiró asimismo del afán de estudio, sapiencia y elevación de miras del príncipe Alhakam y regresó a su país contando las maravillas de había contemplado en la ciudad palatina de Madinat Al-Zahra.

Pero quizás fue su fama como médico lo que traspasó los límites de Al-Andalus. En el año 958 la reina Toda de Navarra llegó a Córdoba con su nieto Sancho el Craso, que padecía de obesidad y que había sido desposeído de su trono por el conde de Castilla Fernán González. Hasday no solamente curó a Sancho de su enfermedad sino que estableció un tratado con el rey navarro por el cual, recuperado su reino con la ayuda del califa, se comprometía a ceder diez fortalezas fronterizas al monarca andalusí. No es de extrañar que la confianza que al Nasir depositara en su médico y consejero fuera creciente.

Hasday fue un enamorado de su patria, Sefarad y de su ciudad: Córdoba. Fundó la escuela talmúdica española, y fue tanta su influencia que a su muerte en 970, Córdoba contaba con una de las juderías más importantes, más cultas y más ricas de la diáspora hebrea.

Bibliografía consultada:

“Abderramán III” de Magdalena Lasala.
“Ibn Shaprut y la Córdoba Judía ” de Miguel Martínez Artola. (cuadernos de Historia 16, Nº 82).

Autor: Jesús Arce ©