En la India se han desarrollado diferentes religiones. Cuentan las tradiciones que sus himnos primitivos, los Vedas, son los libros en que, de una forma o de otra, se basan la mayoría de las religiones que conocemos.
Pero el carácter, o la forma de entender la vida, de este pueblo, es tan filosófico que incluso dichas religiones están imbuidas de filosofía. De hecho el Budismo, más que una religión, parece un sistema filosófico.
Pero hablando puramente de filosofía, existe un libro que es fundamental para el pensamiento hindú: es el Bhagavad Gita. Es parte de una de las epopeyas más importantes de la India: el Mahabharata. Este libro está escrito, como muchos de los grandes libros, en forma simbólica, porque es, en sí mismo un símbolo y está lleno de ellos.
Una de las características propias del lenguaje simbólico es su adaptación a quien lo lee. De forma que cada cual es capaz de profundizar según su preparación, su intuición y su propio interés.
Sea cual sea el nivel de profundización, este escrito es un foco de luz a través de las preguntas que Arjuna (el ser humano que busca los por qué y se decide a enfrentar los problemas) le hace a Krishna (aquel que detenta el conocimiento).
Porque en estas preguntas están reflejadas las grandes incógnitas, las grandes inquietudes del ser humano de todos los tiempos. Y en las respuestas que Krishna ofrece está dibujado el pensamiento filosófico hindú que , quizás para nosotros, puede aportar un matiz diferente, un color nuevo, que nos ayude a comprender la raíz de la gran multitud de problemas que tiene el mundo y el hombre mismo.
Una de las reflexiones que nos propone el libro se basa en la ley del Karma. Esta ley ayuda a comprender, pero al mismo tiempo es difícil de aceptar, ya que nos dice que nada está librado a la casualidad, sino que, por el contrario, todo lo que nos ocurre es cosecha de semillas sembradas anteriormente. Tiene su equivalente científico, en el plano físico, en el principio de acción y reacción, según el cual y en un estado de equilibrio, cuando un cuerpo ejerce una fuerza sobre otro, éste responde con otra de la misma intensidad, misma dirección y sentido contrario.
Decía que esta ley es difícil de aceptar porque, a veces el destino nos parece injusto. Pero podríamos tener en cuenta dos cosas: Una, que no conocemos bien el mundo interior, ni siquiera de nosotros mismos; nuestras propias motivaciones, a veces, no nos resultan claras. Y otra, la posibilidad de semillas sembradas que germinan al cabo del tiempo, cuando ya ni recordamos que las habíamos sembrado, y mucho menos podemos comprobar las sembradas por otros.
Mediante esta ley cada ser humano es arquitecto de su propio destino, va generando oportunidades que puede aprovechar, según su capacidad y libre albedrío. Y, en la medida en que lo hace, siembra semillas de nuevas cosechas. De forma que siempre recibe lo que necesita, aunque, a veces, se presente como algo aparentemente “malo”. Pero, ¿no es de lo “malo”, de las circunstancias difíciles, de lo que más aprendemos?
Tanto el mundo interior personal como el mundo exterior está lleno de misterio y es difícil juzgar si lo que nos ocurre nos conviene o no. A veces damos con la respuesta al cabo de los años.
Quizás si el hombre fuera capaz de resolver sus problemas, el mundo también los resolvería.
Naturalmente que, además de este libro, existen las milenarias escuelas de Filosofía de la India, pero éste no es tema para un pequeño comentario que quiere acercar un punto de reflexión casi intimo, personal, a quien esté buscando precisamente eso, un pequeño foco de luz para su mente filosófica.
¿O acaso dentro de cualquier ser humano no está ese filósofo que busca las causas, los por qué últimos de todo lo que ocurre?
Mª Ángeles Castro