Descubrir a los personajes de la historia local y su legado es un buena forma de comprender como se conforma la ciudad actual, que es el resultado en el tiempo de la acción de sus habitantes, las decisiones de sus gobernantes y otros condicionamientos, como los geográficos o económicos. La sombra de la Córdoba romana y musulmana es tan alargada que deja poco espacio a personas, expresiones artísticas y políticas de otros momentos en la historia de la ciudad. El Renacimiento cordobés es uno de estos momentos, casi perdido en el tiempo, pero que impacta a quien lo descubre por primera vez.

El Renacimiento en Córdoba duró poco, apenas cincuenta años según los historiadores, de 1530 a 1580. Un período de expansión económica, de apogeo de la agricultura y de la industria pañera, que fue acompañado por un aumento de la población, que llegó a los 50.000 habitantes, siendo la urbe más próspera del siglo XVI, detrás de Sevilla.

Ese florecimiento social trajo a Córdoba a una familia de artistas, los Hernán Ruíz, de la que destacó Hernán Ruíz el Joven, que nos dejó obras tan conocidas como la portada de la casa de los Páez Castillejo, San Pedro, San Nicolás de la Villa, las obras en las capillas Mayor, de la Asunción, de los Simanca y la portada de Santa Catalina, el campanario de San Lorenzo, la casa de los Villalones, la Puerta del Puente, entre otros. De esta época son también la ampliación del Palacio Episcopal y la Plaza de la Corredera.

Como evento político destacado, se convocaron en Córdoba las Cortes de Castilla por el rey Felipe II. Desde el 20 de febrero al 26 de abril de 1570 la ciudad fue el centro del reino, debido a la revuelta Moriscos en las Alpujarras (Granada). La visita de Felipe II supuso el inicio de la obra de reconstrucción de la Puerta del Puente, ejecutada por Hernán Ruíz III, y se ordenó la construcción de las Caballerizas Reales. De esta época es la Puerta Nueva, que era la entrada del camino hacia el norte de España y por la que el corregidor Francisco Zapata de Cisneros hizo que Felipe II entrara en la ciudad.

En estos tiempos brillaron en Córdoba dos filósofos humanistas, Fernán Pérez de Oliva y Ambrosio de Morales.

Fernán Pérez de Oliva (Córdoba, 1494 – Medina del Campo 1531), ingeniero, humanista y escritor, cursó tres años en la Universidad de Salamanca y uno en la de Alcalá. Amplió conocimientos en el extranjero: dos años en París (donde tuvo como profesor a Juan Martínez Silíceo, uno de los protagonistas de sus diálogos) y tres en Roma, donde el papa León X le protegió. Fue catedrático de filosofía (filosofía natural y filosofía moral) y teología y rector (1529) de la Universidad de Salamanca.

Su labor en la universidad se inclinó hacia las ciencias experimentales: hacia 1530, desde su cátedra salmantina se ocupó, según propia declaración, de cosas muy nuevas y de grandísima dificultad, cuales han sido los tratados que yo he leído a mis oyentes.

Su obra es extensa, abarcando obras de teatro, poesía, morales y filosóficas, como el “Diálogo de la dignidad del hombre” (escrito antes de 1531), homónimo del de Pico della Mirandola, donde afirma que el hombre es un proyecto de hacerse a sí mismo, no una naturaleza prefijada, y que «el libre albedrío es aquel por cuyo poderío es el género humano señor de sí mismo”. Cabe destacar su obra “Razonamiento sobre la navegación del Guadalquivir”, Pérez de Oliva propuso al Ayuntamiento de Córdoba en 1524 recuperar la navegación del Guadalquivir como fuente de riqueza. “Haced vuestro rio navegable, y abrireis camino por donde vais a ser participantes della y por donde venga a vuestras casas gran prosperidad, de la cual no será Sevilla el puerto, como hasta aquí, si le dais subida a vuestra ciudad”. También obras científicas, como De Magnete, un tratado sobre la piedara imán y sus posibles aplicaciones.

En los estudios sobre el filósofo cabe destacar la Tésis Doctoral de Pedro Ruíz Pérez, de la Universidad de Córdoba, titulada “Fernán Pérez de Oliva y la crisis del Renacimiento”.

Sus obras quedaron inéditas a su muerte, pero su sobrino, Ambrosio de Morales, las editó en Córdoba en 1586 y fueron impresas por Gabriel Ramos Bejarano, saliendo a escena uno de los elementos fundamentales del Renacimiento como fue la imprenta, básica para la difusión del conocimiento.

Ambrosio de Morales (Córdoba, 1513-ibídem, 21 de septiembre de 1591), humanista, historiador y arqueólogo, fue nombrado cronista de Castilla por Felipe II en 1563, empezó a estudiar las fuentes historiográficas para realizar mejor su labor y en esta función se mostró innovador al utilizar por primera vez datos arqueológicos extraídos de testimonios no escritos como medallas, monedas, inscripciones, monumentos etc. Continuó la Crónica de Florián de Ocampo y redactó un valioso trabajo arqueológico, Antigüedades de las ciudades de España (1575), cuyo hilo conductor es la historia arqueológica de los lugares citados en la Crónica de Ocampo.

En las Antigüedades dedica un capítulo extenso a Córdoba y su provincia. Ambrosio de Morales describe la ciudad, sus monumentos, la feracidad de la campiña, los pueblos, los ríos. la epigrafía y monedas que hablan de su historia. Llama la atención a la descripción que hace de la flor del naranjo, el azahar, del embriagador olor que ya recorría Córdoba en aquella época y que aún disfrutamos en primavera: “La suavidad del aire es entonces tanta por toda la ciudad y sus contornos, que muchos salen de noche al campo por solo gozarla.”

Este momento de bonanza renacentista fue precedido por un período de depresión, descrito por Ambrosio de Morales en 1586, en la “Introducción al Razonamiento de Fernán Pérez de Oliva”: “Estaba en aquel tiempo la ciudad despoblada, desde que, acabádose la conquista del Reino de Granada, le faltaron los continuos ejercicios de la guerra, en que sus naturales muy honradamente se entretenían,y los ordinarios concursos de la Corte y de las grandes compañías de gente que solían reparar en ella para proveerse de armas y muchos aderezos y pertrechos para la guerra. Sin esto había palidecido la ciudad desde el año de veinte y uno hambre y pestilencia, que también ayudó a asolar su parte. Esto es lo que alguna vez en este razonamiento se toca y no lo pudiera bien entender si no se lo advirtiéramos aquí quien, bendito Dios, ve agora esta ciudad tan rica y acrecentada con mucha prosperidad”.

La descripción del estado de la ciudad después ese breve período de esplendor nos lo deja el relator de Cosme de Médici III, que visitó Córdoba en 1668: “La ciudad es muy grande, si bien es verdad que, atendida la mediocridad de los edificios, la estrechez de las calle y la mala calidad de las construcciones, cede con mucho a todas las otras ciudades de su categoría vistas por nosotros”.

José Morales