Autor: J. A. Ruíz
2005, declarado por la ONU como Año Internacional de la Física, es una fecha propicia para recordar la figura de uno de los mayores genios de la historia: Albert Einstein. Hace 50 años murió, un 18 de abril, en la localidad estadounidense de Princeton.
Hace 100 años, en 1905, a los 26 años de edad y siendo un oscuro empleado técnico de la Oficina Federal de Patentes, en Berna (Suiza), escribió 5 artículos enviados a la revista “Annalen der Physik”. Tres de estos escritos harían tambalear los fundamentos de la física, planteando una visión de la materia y del espacio y del tiempo que ya no serán como hasta entonces.
El 14 de marzo de 1879 nació este curioso personaje, lleno de contradicciones, en la ciudad bávara de Ulm. De origen judío, su padre Hermann le estimuló en el terreno científico. A los seis años le regaló una brújula. Este hecho, intranscendente para cualquier persona, al pequeño Einstein le impactó profundamente. Su naturaleza reflexiva le alertaba constantemente hacia la búsqueda de las preguntas fundamentales. ¿Qué fuerza era aquella que hacía que la aguja de la brújula volviese constantemente hacia el norte?
De Pauline, su madre, recibió otra influencia decisiva: la música. Era buen violinista, y un apasionado melómano. El propio Einstein bromeó en alguna ocasión que, de no tener éxito en su profesión, buenamente se hubiese ganado la vida como violinista, dando conciertos en la calle. Pauline no solo influyó en su sensibilidad artística, sino que condicionó su vida oponiéndose celosamente a que contraejera matrimonio con su compañera de estudios Mileva Maric.
Los avatares económicos de la familia, venida a menos debido a la mala suerte de los proyectos empresariales de su padre, hizo que no tuvieran un hogar fijo, sino que debido a los sucesivos traslados a Italia y otras ciudades alemanas, Einsten adquiriese pronto una mentalidad itinerante, sintiendo escaso interés en apegarse a ningún lugar.
Acabó con éxito sus estudios universitarios en el prestigioso Instituto Tecnológico de Zurich, aunque con notas que no demostraban el genio en Física Teórica que años después eclipsó a buena parte de sus contemporáneos. En esta época adquirió la costumbre de leer a los clásicos de la física y las matemáticas, dejando de asistir a las clases de aquellas materias que le parecía aburridas. Meditaba ya sobre los problemas teóricos que más tarde le harían famoso. Su amigo Marcel Grossman, genial y más aplicado que Einstein, le salvó de más de un suspenso gracias a los magníficos apuntes que le prestaba.
Su carácter rebelde y cáustico y su innegable talento le granjearon mala fama. Este hecho le ocasionó que no obtuviera el tan deseado puesto docente al terminar la carrera, y que con frustración tuviera que elegir, gracias a otro de sus mejores amigos, Michele Besso, el puesto de ayudante de tercera categoría en la Oficina de Patentes de Berna.
Estos avatares, junto con el reciente casamiento con Mileva y el nacimiento de su primer hijo, Hans Albert, resultaría el periodo más feliz y creativo de la carrera de Einstein. Como resultado están los citados artículos escritos en 1905.
Uno de dichos artículos era su tesis doctoral. El resto, los fundamentales tratarían de los siguientes temas:
1) Una explicación del movimiento browniano (movimiento caótico de las partículas microscópicas en suspensión, causado por la colisión de los átomos y moléculas) desde un punto de vista estadístico.
2) Explicación del fenómeno fotoeléctrico desde la hipótesis que consideraba a la luz como una emisión de pequeños paquetes de energía (llamados cuantos). Se abandona la interpretación ondulatoria de la luz, por la de un haz de partículas, llamadas más tarde fotones, que colisionaban con algunos metales, cargando eléctricamente a éstos. Gracias a este trabajo en 1921 le otorgaron el Premio Nóbel.
3) “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” era el título del tercer ensayo. Aquí trataba de explicar algunos problemas surgidos del principio clásico de la relatividad de Galileo, estableciendo dos nuevos principios: que todo movimiento es relativo respecto a cualquier otra cosa (no hay pues ningún sistema absoluto de referencia para medir la posición de cualquier objeto) y que la velocidad de la luz es constante en cualquier sistema de referencia que tomemos.
El quinto artículo era un adenda éste último. En el formularía por primera vez su más famosa ecuación E = m c 2² (donde E es la energía, m la masa y c la velocidad de la luz). La equivalencia entre masa y energía, de la que tan vastas consecuencias se derivaría años más tarde.
La tranquila vida que nuestro genio procuraba llevar poco iba a durar. Lentamente sus descubrimientos iban dándose a conocer en los cerrados círculos de físicos. Esto le abrió nuevos horizontes profesionales más interesantes. Fueron varias las plazas de profesor que obtuvo: Zurich, Praga, de nuevo Zurich, y finalmente Berlín. Allí le ofrecieron la dirección de un nuevo Instituto de investigación, exento de labores docentes y con buenos alicientes técnicos y económicos. Estaría en uno de los núcleos de vanguardia de la ciencia, rodeado de los mejores cerebros del momento.
No lo dudó, aunque esto tuviese un coste personal en su matrimonio, ya deteriorado y con dos hijos. La separación física y la guerra que estalló en 1914 precipitaron el divorcio.
Esto abrió otra nueva etapa en su vida. La teoría de la Relatividad, llamada hasta entonces Especial, fue completada por otro enfoque más global. La llamada Teoría General de la Relatividad pretendió explicar los efectos de la Gravedad sobre los cuerpos. Einstein sugirió que la Gravedad como tal no existía, sino que era resultado del efecto de la masa sobre el espacio-tiempo circundante que deformaba debido a su presencia. El nuevo modelo físico, sustentado con extraños modelos matemáticos, explicaba con exactitud las órbitas de los planetas de nuestro sistema solar, lo que hasta ahora pertenecía al reino de la mecánica celeste planteada por Newton. Incluso un problema irresuelto de las irregularidades orbitales del planeta Mercurio encajaban perfectamente dentro de la nueva teoría.
No contento con ello Einstein, en 1915 planteó otra nueva prueba experimental para su teoría, que predecía que una concentración de masa del tamaño de nuestro sol podría desviar la trayectoria de la luz de una estrella. Este fenómeno sería especialmente observable en un eclipse de sol. Cuatro años más tarde, dos expediciones independientes, una en África y otra en Brasil, pudieron fotografiar el fenómeno.
La fama de Einstein que hasta ahora se circunscribía en estrecho círculo de físicos transcendió al gran público. El hastío provocado por la carnicería que supuso la 1ª Guerra Mundial, unidos al perfil de “sabio despistado”, pronto haría surgir la leyenda explotada por la prensa del momento.
La Teoría General de la Relatividad predecía muchas más cosas, como los Agujeros Negros, la posible interpretación de nuestro universo en expansión, la predicción de lentes gravitacionales (donde la luz de una estrella no sólo es desviada sino que puede aumentar su tamaño aparente), y las hasta ahora no confirmadas ondas gravitacionales.
Este último aspecto merece un breve comentario. De igual forma que cuando lanzamos una piedra a un estanque de agua se producen ondas en dicho medio, la presencia de determinados fenómenos cósmicos, colapsos de estrellas, púlsares, etc. producirían ondas en el continuo espacio-tiempo. Y este fenómeno se debería detectar en determinadas condiciones. Lo curioso es que para poder hacerlo se necesitaría no sólo los dos satélites (Ligo y GEO) que hay trabajando para este fin, sino poderosísimos ordenadores para analizar este ingente caudal de información.
Para resolver este problema se ha desarrollado el proyecto Einstein@home , inspirado en su homólogo Seti@home , dedicado a la búsqueda de señales de civilizaciones extraterrestres. Consiste en repartir paquetes de información a multitud de voluntarios que presten sus ordenadores cuando estos se hallen inactivos. Internet posibilita la constante intercomunicación y a través de un atractivo salvapantallas, cualquiera puede colaborar prestando su PC para procesar una parte de la información. Una bella manera de participar en proyectos de enorme importancia.
1933 sería un año nefasto para Einstein. Hitler sube al poder en Alemania, y el ya presente antisemitismo, se hace insoportable, comenzando un lento éxodo de sabios hacia otras naciones. Las teorías de Einstein fueron prohibidas, calificándolas como muestras de “ciencia judía”.
Abandona Alemania con su segunda esposa, Elsa, y se trasladan a Princeton, donde gracias a un mecenas, precisamente de origen judío, se estableció el Centro de Estudios Avanzados, comunidad científica donde algunos sabios podrían dedicarse enteramente a la investigación.
Las consecuencias de los descubrimientos de Einstein harían que éste se implicase activamente en política. Junto con Leo Szilard, y anticipándose al mal uso que el régimen nazi podría hacer de los recientes descubrimientos en física atómica, era más que posible que Alemania estuviese preparando en secreto una poderosa arma destructiva. Escribió dos cartas al presidente Roosevelt, aunque no participó en el proyecto Manhattan para la construcción de la bomba atómica. A pesar de su fama, sus ideas izquierdistas le inhabilitaron de dicho proyecto a los ojos de las autoridades militares estadounidenses.
El remordimiento por el lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki, unido a la certeza del sombrío panorama que la energía nuclear proyectaría sobre la humanidad en el futuro, hizo que de nuevo proyectase su imagen pública y su autoridad moral avisando del nuevo peligro, proponiendo como solución la instauración de un gobierno mundial a expensas de la ONU.
Lentamente fue menguando su vida, y su interés científico se derivó hacia la búsqueda de una inalcanzable Teoría del Campo Unificado, aislándose cada vez más de la comunidad de sabios de la que antaño fue líder indiscutible.